Todos tenemos nuestras canciones, nuestros gritos de corazón a Dios. Las cantamos en nuestros coches, en nuestras casas, de camino al trabajo. Las cantamos en el dolor y en la alegría. A veces son audibles y hermosas para el oído humano. A menudo pueden ser silenciosas, o carecer de pericia musical, pero para Dios son todos un tesoro, y están en el corazón de la forma en que Él desea relacionarse con su pueblo. Dios mismo canta sobre nosotros, y nosotros le devolvemos el canto, respondiendo lo mejor que podemos a sus propuestas de amor.
Cantamos cuando estamos enamorados.
Cantamos cuando necesitamos un estímulo en nuestras batallas, nuestros esfuerzos, nuestros desafíos. Cantamos cuando se nos rompe el corazón. Cantamos en el nacimiento de nuestros hijos, en el matrimonio de nuestras familias y en los funerales de nuestros seres queridos. Las canciones nos ayudan a celebrar nuestros éxitos, a expresar nuestras intenciones y a lamentar nuestras pérdidas. Dan a las naciones su identidad y acompañan sus logros.
Las canciones unen generaciones y pueblos. Evocan recuerdos de tiempos pasados o acontecimientos significativos y maravillosos de nuestras historias. Nos inspiran a soñar y a recorrer el camino de la vida.
También hay poder en el lenguaje de las canciones.
Las canciones y las melodías, armonías y ritmos que las acompañan pueden evocar reacciones emocionales poderosas e intensas. El mundo lo sabe. Una canción concreta puede inspirar a alguien a realizar grandes actos de misericordia, pero también puede obligar a alguien a realizar terribles actos de depravación. Una canción particular puede llevar a alguien a través de grandes tiempos de prueba, pero también puede hacer que alguien se rinda. Una canción en particular puede capturar nuestros corazones para servir a las personas rotas que nos rodean, pero también puede atraernos a gastar grandes cantidades de dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos.
Ah, sí, cuando hablamos de cantar, no estamos hablando de algo que deambula al margen de la sociedad, en los márgenes de la vida de la gente. El canto está en el corazón de este mundo y de todo lo que el mundo hace.
Pero Dios está hambriento de la clase de cantos que expresan Su bondad y Su grandeza de vuelta a Él en la adoración.
Está desesperado por nuestra alabanza.
Está escuchando nuestro afecto porque sabe que si la canción no se le canta a Él, se le cantará a otro.
Él llama en voz alta a toda la tierra y a todo el cielo: “¡Venid a cantarme!”.
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